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Abr 22

A veces es mejor callar

Ha pasado un siglo y las cosas siguen igual. Ha pasado un siglo desde que Antonio Machado dijera, en sus Proverbios y cantares, aquello de que “de cada diez cabezas, nueve embisten y una piensa”. No aprendemos.

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La decencia y la honestidad intelectual a veces, seguramente muchas veces, están atravesadas por el interés. Interés fijo o variable, según las necesidades de cada cual en cada momento.

Me provoca la anterior reflexión la embestida que ha sufrido Pablo Iglesias, secretario general de Podemos, a partir de su intervención en un acto académico en la Universidad Complutense de Madrid.

En su exposición, Iglesias aludió reiteradamente al periodista de El Mundo Alvaro Carvajal, como supuesto contertulio suyo y que le habría confesado que en los medios de comunicación se prospera si se consigue colocar noticias en la primera página hablando mal de Podemos.

Al líder de Podemos le han caído embestidas de todos los colores.

Conviene, antes de avanzar, fijar los términos de la cuestión.

Por una parte, Pablo Iglesias se recreó citando varias veces a un informador, citándolo por su nombre, y no precisamente para darle besitos. Mal, muy mal, Pablo. Ya ha pedido disculpas, aunque nadie está obligado a aceptárselas.

Por otra parte, pone encima de la mesa algo que todos y todas sabemos: que los medios de comunicación responden a intereses económicos e ideológicos.

No hay que recurrir a la hermenéutica para constatar que la veracidad y la pluralidad son contempladas desde perspectivas diversas. Léase, si no se ha reparado en ello, La Razón, El País, El Mundo, ABC, El Diario, OK Diario, Público, El Español, etc.

La verdad, lo realmente acontecido, se cuenta desde perspectivas diferentes. Si la mirada es honesta, se podrá hablar de veracidad y de decencia. Si la mirada no es honesta, podremos hablar de falta de veracidad, de indecencia y de manipulación. Canal 9, Telemadrid, Televisión Española, etc.

¿Alguien se atreve a decir que lo recién formulado es mentira?

Vale, pues estoy dispuesto a que se me diga que miento, ya que tendré que aceptar la libertad de opinión de los demás. Podremos debatir, razonar, dialogar y llegar a acuerdos en la interpretación de la cuestión, o no.

Lo que no es de recibo es que se niegue a una parte la libertad de opinión. Precisamente eso es lo que ha pasado con el asunto de la intervención de Iglesias. Se le condena porque (algunos interpretan que) ha atacado la libertad de información, y al condenar al de Podemos, de paso, se condena también la libertad de opinión. Incoherencia por la que nadie ha pedido disculpas.

Una embestida en el más puro estilo bestia que expresa Machado.

Nos hemos acostumbrado en exceso a movernos en el ámbito de lo políticamente correcto. Nos podemos llamar unos a otros corruptos e indecentes. Pero lo tenemos que hacer con traje y corbata, y si es posible comiendo langosta y angulas. ¡Cuánta hipocresía!

Lo más lamentable del incidente es que diversas asociaciones de periodistas, en un ejercicio de corporativismo que seguramente a Machado no le habría gustado nada, se hayan lanzado a condenar al líder de Podemos por haber atacado, dicen, la libertad de información. Pero ninguna de esas asociaciones ha defendido el derecho a la libertad de opinión de Iglesias… máxime en un espacio académico.

Es como si molestara que se invite a pensar, a reflexionar. Todo el mundo sabe que los periodistas son asalariados. Todo el mundo sabe que el poder real lo tienen las empresas periodísticas, todas ellas al servicio de intereses económicos o políticos.

Unos intereses que casi siempre juegan en el campo neoliberal, o como mucho en el social-liberal (esta vez sí ha funcionado la Gran Coalición). Cuando ellos ladran, hay que ponerse firmes. Cuando otros les ladran a ellos, parece que lo políticamente correcto es protegerles. ¡Cuánta hipocresía! Como decía Eduardo Galeano: “nos mean y los diarios dicen “llueve””

Es lamentable que los presuntos (presuntos, insisto) representantes de los periodistas, digan “¡ay!” cuando la patada va a los culos de los editores. A veces es mejor callar. O hacer algo realmente efectivo por tantos y tantas periodistas que cobran menos de mil euros al mes (¿cómo no van a aceptar escribir al dictado?), o ni tan siquiera eso, pues están parados.

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